Fracturas de FEMUR DISTAL

Fracturas del fémur distal: una visión actualizada

Las fracturas del fémur distal representan un desafío clínico relevante debido a su complejidad anatómica y a la creciente incidencia en determinados grupos poblacionales. Estas lesiones comprenden fracturas que afectan el tercio distal del fémur, incluyendo la región metafisaria y la superficie articular de la rodilla. Su manejo adecuado es crucial para restaurar la función, evitar complicaciones y mejorar la calidad de vida del paciente.


¿A QUIEN PUEDE AFECTAR ESTE PROBLEMA?

Este tipo de fracturas puede afectar a dos grupos poblacionales principales: pacientes jóvenes con traumatismos de alta energía (accidentes de tráfico, caídas desde altura) y adultos mayores con fragilidad ósea por osteoporosis, donde el trauma suele ser de baja energía. Entre los factores de riesgo se incluyen la edad avanzada, la disminución de la densidad mineral ósea, el sexo femenino, antecedentes de caídas y enfermedades crónicas como la diabetes o el uso prolongado de corticoides.

SÍNTOMAS, SÍGNOS Y DIAGNÓSTICO

Los síntomas típicos incluyen dolor intenso localizado en el muslo distal o rodilla, incapacidad para soportar peso, deformidad evidente y, en ocasiones, hemartrosis. A la exploración, pueden observarse signos de desplazamiento óseo, inestabilidad articular o compromiso neurovascular. El diagnóstico se confirma mediante radiografías anteroposterior y lateral de fémur, y se complementa con tomografía computarizada cuando se requiere una mejor visualización del trazo o compromiso articular.

La clasificación más utilizada es la de AO/OTA, que categoriza las fracturas según su complejidad y afectación articular (tipos 33-A, 33-B y 33-C). Esta clasificación permite orientar el tratamiento y predecir el pronóstico. También pueden considerarse otras escalas como la clasificación de Müller o la de Gustilo-Anderson en caso de fracturas abiertas, que aportan información útil para la planificación quirúrgica.

TRATAMIENTO DE LA FRACTURAS DE FÉMUR DISTAL

El tratamiento conservador se reserva para fracturas no desplazadas, pacientes con alto riesgo quirúrgico o con limitaciones funcionales previas severas. Consiste en inmovilización, manejo del dolor y fisioterapia progresiva, aunque puede asociarse con mayor riesgo de rigidez articular y consolidación viciosa. Por ello, en la mayoría de los casos, el tratamiento quirúrgico es preferido.

La cirugía ofrece múltiples opciones: la fijación interna con placa bloqueada (LISS) es útil en fracturas metafisarias con hueso osteoporótico; el clavos endomedulares retrógrados se prefiere en pacientes jóvenes o con trayectos simples sin afectación articular; y en fracturas intraarticulares complejas o con pérdida ósea significativa, se puede optar por reconstrucción con placas anatómicas o incluso artroplastia (prótesis de rodilla) en pacientes mayores. La elección depende del tipo de fractura, condición general del paciente y experiencia del cirujano, guiada por la evidencia científica más reciente que destaca la importancia de una movilización temprana y la restauración anatómica precisa.