Fractura de espinas tibiales

Fracturas de espinas tibiales: una visión actualizada

Las fracturas de espinas tibiales, también conocidas como fracturas del techo tibial o avulsiones de la eminencia intercondílea, implican el arrancamiento parcial o total de la inserción del ligamento cruzado anterior (LCA) en la tibia. Son lesiones intraarticulares que, aunque infrecuentes, deben considerarse con atención por su impacto en la estabilidad de la rodilla y el riesgo de secuelas funcionales si no se tratan adecuadamente.


¿A QUIEN PUEDE AFECTAR ESTE PROBLEMA?

Estas fracturas se observan con mayor frecuencia en la población pediátrica y adolescentes activos, debido a que el hueso aún en desarrollo puede ceder antes que el ligamento. También se presentan en adultos jóvenes durante actividades deportivas de alto impacto. Los factores de riesgo incluyen traumatismos en extensión forzada de rodilla, deportes de contacto, antecedentes de laxitud ligamentosa y ciertas alteraciones biomecánicas.

SÍNTOMAS, SÍGNOS Y DIAGNÓSTICO

Clínicamente, los pacientes suelen presentar dolor súbito en la rodilla, incapacidad para la carga, derrame articular y limitación del rango de movimiento, especialmente en la extensión. La pruebas de inestabilidad pueden ser positivas, aunque a veces están limitadas por el dolor. El bloqueo articular y la sensación de inestabilidad también pueden estar presentes, dependiendo del grado de desplazamiento del fragmento.

El diagnóstico se establece mediante radiografías anteroposteriores y laterales de rodilla, complementadas con tomografía computarizada (TC) o resonancia magnética (RM) para valorar desplazamiento, compromiso de tejidos blandos y lesiones asociadas. La clasificación más utilizada es la de Meyers y McKeever, que divide estas fracturas en cuatro tipos según el grado de desplazamiento del fragmento óseo, siendo el tipo IV una fractura desplazada e irreductible.

TRATAMIENTO DE LA FRACTURA DE ESPINAS TIBIALES

El tratamiento conservador está indicado en fracturas tipo I y algunos casos tipo II sin desplazamiento significativo, e incluye inmovilización en extensión por 4-6 semanas y rehabilitación progresiva. El tratamiento quirúrgico se reserva para fracturas tipo II con desplazamiento, tipo III y IV, y en casos con inestabilidad persistente. La reducción mediante artroscopía mínimamente invasiva con suturas es las técnicas más empleada. Estudios recientes favorecen la fijación artroscópica con suturas transóseas absorbibles por su menor tasa de complicaciones y resultados funcionales equivalentes a los tornillos metálicos antiguamente usados.

La elección del abordaje debe individualizarse según la edad del paciente, el tipo de fractura, la estabilidad de la rodilla y la experiencia del equipo quirúrgico. La evidencia más reciente destaca que una intervención precoz con reducción anatómica mejora los resultados a largo plazo, minimiza la rigidez articular y reduce el riesgo de inestabilidad crónica, especialmente en pacientes jóvenes y activos.